Historia precuela del Espejo con Vitrales - VITRALES DE FUEGO-parte 2
Precuela - Vitrales de Fuego- Parte 2
Por: Soledad de Los Ríos
–Hablando de cosas raras... ¿Eso fue lo que recibiste como
premio? –su voz sonaba quebrada y tratando de simular sarcasmo en sus palabras.
–Sí, supongo que fue lo sobrado de la herencia –contesté con
pereza, en tanto encendía la luz del comedor. Los pálidos rayos anaranjados
dieron de lleno sobre los muebles desgastados y la madera despigmentada. Mi
pequeña Pinina estaba acurrucada en el sofá, maullando molesta y moviendo su
cola en señal de protesta por la interrupción de su sueño.
–Sí no necesitas algo más, ya tengo que volver a casa, mi
esposa se quedó en vela esperándome.
–No, estoy bien, gracias por todo de nuevo.
Le despedí en la puerta, en tanto que él me decía que
volvería más tarde con su esposa para que pudiera relatarle mis experiencias en
el continente Europeo y el significado de tan extravagante vitral. Cerré la
puerta lentamente y apoyé mi espalda para caer lentamente al frío suelo, sentía
mi cuerpo desfallecer por la fatiga del viaje y el desconcertante peso que ese
objeto había acarreado a mí y mi deplorable vida. Miré mi maleta de reojo y a
Pinina, que ahora se volvía cariñosa conmigo, ronroneándome a mí alrededor con
sus patas peludas y suaves, su lengüita acariciando mis manos ancianas, no por
la edad, sino por las experiencias que han significado en mi vida. Como pude,
me puse de pie sobre mis piernas temblorosas, dejé la maleta abandonada en el
living a oscuras, y caminé a mi pequeño cuarto austero. Encendí la luz y en una
fracción de segundos, que yo misma desconozco, tenía puesto mi camisón púrpura
bordado de rosa, y toda mi ropa de viaje, incluida esa gabardina helada, que
quedó tendida en el suelo. Mi gata aprovechó el desorden para armarse una
almohada improvisada, ya después me preocuparía por los pelos y las pulgas que
dejaría.
Ahora lo único que deseaba era dormir, sin saber nada más y
olvidar todo en estas pasadas horas, que fueron eternas e intolerantes. Apagué
las luces, y como todo en esta casa, se volvió oscuras, escuchaba el tintinear
del viento por las grietas, el rechinar de la madera por el frío y el arrullo
placentero de Pinina, ajena a todo lo que pasaba por mi mente, recordando y
tratando de comprender de cómo terminé en esta casa y mi estado actual.
Cometí el error de enamorarme del hombre equivocado, cometí
el error de casarme con él, cometí el error de casarme con los bienes
compartidos, cometí el error de creer en sus palabras la primera vez que me
engañó, una segunda vez y la tercera vez, ya que la cuarta vez él se fue
dejándome hasta el cuello de deudas. Vendí mi casa, para pagarlas, al menos el
cielo fue compasivo conmigo y mi primo ayudó a mudarme a esta antigua morada en
la que viví en la infancia junto con los trámites de divorcio. Pero parece que
los de abajo no querían dejarme en paz viviendo de mis errores, mi ex ahora
visita la casa para convencerme de venderla y de paso, volver a plantear
nuestra relación. ¿Cómo puedo el permitirle entrar a mi morada? ¿Qué pude ver
en semejante animal? No, no está bien que diga eso último, el hacerlo es un
insulto para las criaturas de la tierra, desde las más grandes y peligrosas
hasta las más pequeñas y asquerosas. Volteé a ver mi gata, en la penumbra,
dormía a pata suelta, ajena a los problemas mundanos, descansando tan tranquila
y apacible. Decidí seguir su ejemplo, me acomodé de espaldas, mirando el cielo
de mi habitación, que se llenaba de arañas por mi falta de cuidado, cerré los
ojos para desviar mi atención y entregarme a la silenciosa noche, que de vez en
cuando, cantaba sus sonetos nocturnos usando de instrumento esta casa, que más
tranquilidad, me ha traído remordimientos y culpabilidad de mis estupideces.
Sumiéndome en un sueño profundo, o eso creía, cerrando mis ojos, sentí mi
cuerpo más liviano. La cabeza ya no parecía estar apoyada en el cabezal de la
cama, sino en un vacío indescriptible como el resto de mí ser.
Apesadumbrada por estas sensaciones, abrí de golpe la vista
ojerosa, sólo para encontrarme flotando en mis sentidos frente al vitral
olvidado en el ático. Iluminado majestuosamente en sus colores vívidos de rojo
carmesí en el fuego y sangre que representaba; canela pálido en las rocas
calcinadas; dorado para acentuar la piel de los dioses nórdicos que aparecen en
escena; zafiro, turquesa y amatista para los ostentosos trajes y armas; la
plata para los objetos de metal detallados con frialdad; y el tono esmeralda
exclusivo para recrear la piel escamosa de una horrorosa serpiente de tres ojos
y seis colmillos, enroscada toscamente en un árbol petrificado, llena de júbilo
y supremacía destilando de sus fauces el veneno, (representado de color
granate), sobre el rostro desfigurado de dolor del individuo atado con las
cadenas de plata; quién más que nadie, se merecía aquel suplicio.
El vitral, el perturbador vitral delante de mí, me enseñaba
la situación final de una leyenda nórdica, el momento de castigo del dios Loki;
atado de espaldas, semidesnudo, de pies y manos con cadenas gruesas cuyos
grilletes le hacían sangrar hilos de carmesí en la roca quemada. Los otros
dioses nórdicos le apuntaban con sus armas místicas en señal de juicio y castigo
por sus crímenes, al ser expulsado del Valhalla y condenado a la tortura
eterna. Pero a su lado se encontraba su devota esposa Sigyn, aunque consciente
de las atrocidades de su marido, sostenía el cuenco de plata para atrapar la
cantidad máxima del letal veneno que caía sobre él. La obra de arte, si podía
decirlo así, era ricamente bañada en la luz de la luna, haciendo resplandecer
sus colores como estrellas en la negrura de la noche con tintineos y destellos,
y a su vez, seguir reflejando la imagen en el suelo liso y polvoriento justo a
mis pies descalzos. Por alguna razón el vitral me pareció diferente a la
primera vez que lo vi en tierras extranjeras, tal vez era una pincelada, un
murmullo, algo era diferente. Cautelosamente, y no sé porqué, me acerqué a tan
rara obra desquiciada, entonces comprendí, cada figura y color, cada toque y
detalle, se manifestada ante mí con vida. Pronto escuché ecos de la madera
podrida rechinando en las penumbras, puse más atención, agudizando mis sentidos
hasta un punto que me fue totalmente desconocido. Entonces el sonido que creía
provocado por la frágil construcción, de ordinarios ruidos por el viento, tornó
en voces humanas; llenas de lamentos y dolor. Sospechando, intuyendo de dónde
venían, caminé con mis pies descalzos sobre el polvo fino del suelo apolillado.
Los rostros del matrimonio mostraban más marcados en sus facciones doradas,
solo y martirio, a cada paso que me acercaba. Retrocedí de golpe al ver
claramente como una lágrima descendía de la mejilla pálida de Sigyn. Para salir
de la duda, volví a examinar la figura, pensando si tal vez era una gota de
rocío colada por la ventana o un reflejo de la luz que jugaba con mi
percepción. Pero nada, ahí estaban las lágrimas cayendo abundantemente de la
mujer en busca de consolación.
Desgraciada sea mi suerte y la estrella en la que nací, ya
que el vitral encendía ahora envueltos en abrasadoras llamas de un rojo sangre
intenso. Y para colmo de males, ningún detalle del cristal era perjudicado por
el fuego espectral, en lugar de eso, todo el ático tornaba en las llamas
incandescentes producto del maleficio echado por ese maldito vitral.
Inútilmente traté de apaciguar el incendio con la manta, pero nada sucedía. Y
el terror llegó tarde a mi mente, corrí en cuanto fui consciente del peligro
que me rodeaba hasta la puerta como mis helados pies me lo permitieron, que
para burla de un chiste negro, el pedazo desgraciado de madera no abría. Grité,
grité y grité por ayuda; el nombre de mis padres y mis hermanos; el nombre de
mi primo y su esposa; pero hasta cuándo mencioné el nombre de mi ex esposo caía
de rodillas ahogándome en mis palabras ¿Por qué mencioné a ese monstruo?
¿Inclusive en estos momentos dependía de él? Aún sabiendo que en esta
situación, si estuviera aquí, echaría a correr como el cobarde que es dejándome
envuelta en este infierno. Acurrucándome junto a la puerta, empapada en mis
lágrimas, esperé por mi final dictado por las lenguas de fuego que cada vez más
cerraban ante mí. Dirigí mi mirada una última vez hacia el vitral, enfocándome
en la decrepita Sigyn, y comprendí las ironías de la vida. Mi error era su
error también, el ser la devota esposa ciega, acarreando los pecados de un
hombre que jamás la apreció como mujer y persona. Tarde ya era para mí cuándo
he visto la luz y la salida a los problemas de mi vida, ahora que estoy cerca
de la muerte.
Desperté de golpe, con el corazón golpeándome
violentamente el pecho, apenas podía respirar, apenas podía creer que estaba de
vuelta en mi habitación, bajo mis tapas y mi gata siguiendo en su sueño
profundo. Traté de tranquilizarme, temblorosa, salí de las cobijas y fui al
baño para lavarme la cara. Enjuagándome con el agua cristalina que salía de la
llave, reflexioné lo sucedido con el vitral. Aún me costaba creer que fue un
sueño, o más bien una pesadilla, aunque todavía me sentía flotar en el aire por
aquellas alucinaciones de mi mente. Pero la respuesta que había encontrado era
real, salí con la cabeza despejada al living y un martillo oxidado con su mango
agrietado cayó ante mí cuando choqué con el basurero. Lo miré por unos
segundos, esa vieja herramienta se aparecía para realizar su última tarea que
yo ya le tenía pensado cuando se presentó ante mí. La tomé con fuerza y caminé
con paso decidido hacia el ático, siendo seguida por Pinina que me miraba
curiosa. El viento golpeaba fuerte, no me había percatado que ya salía el sol y
que sus rayos carmín golpeaban suavemente los muros de mi hogar, pareciéndolos
por primera vez majestuosos ante mí. Inhalé profundo la fresca brisa del rocío
cuando llegué al portal del cuarto, erguida y decidida con martillo en mano,
abrí firmemente la vieja puerta. Y allí estaba el vitral, bañándose
tranquilamente con el rojo anaranjado del sol que se asomaba por el ventanal.
Acercándome con una seguridad que yo misma desconocía, y girando tres veces el
viejo martillo, golpeé el vitral con fuerza y certeza. El vidrio se trizó, pero
no lo suficiente como para romperse, estaba claro que el cuadro iba darme pelea
y yo no permitiría obtenerle la victoria. Acerté un segundo golpe en el mismo
lugar y escuché el cristal crujir, sonreí ante esto y di otro golpe, uno tras
otro con más fuerza haciendo saltar los fragmentos de cristal como si fuesen
copos de nieve a mí alrededor. Mi gata, desde el umbral de la puerta, comenzó a
maullar con cada golpe que daba como si me animará en mi tarea. Me sentía libre
y viva, ese vitral estaba dándome el desahogo que necesitaba de la frustración
en que me había hundido por mi propia mano.
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